Tras la pista del periodista fantasma
La historia de Gerardo Alzolaburreta
Por Paolo Sánchez
Acordamos reunirnos en una cafetería cualquiera de la Ciudad de México. La sola idea del encuentro me inquietaba. ¿Cómo enfrentar su discurso deslustrado y su hablar zigzagueante? ¿Qué más había que desmontar de esa mentira tan bien contada?
La primera pregunta: ¿Por qué? Pregunta obvia, sin mucho chiste, olvidada de la seducción y apresurada por los nervios, ¿pero qué importa el lugar común si termina por satisfacernos?
– La vida está cabrona y si quieres ganar en ella hay que ser cabrones-. Respondió certero.
Gerardo Alzolaburreta estudió periodismo en la Escuela Carlos Septien en 1977, tan solo un año después de que la institución obtuviera la certificación de la Secretaría de Educación Pública. Su paso por las aulas no se tiene muy claro. Desde que cayó la impostura, su vida ha sido escrutada hasta el hastío. Se consultaron todos los registros de la universidad donde parece no haber rastro de Alzolaburreta; sin embargo, diversas fuentes afirman haberlo visto dentro de la escuela. Sí, algunos amigos suyos que pudieron haber mentido para mantener en pie una destartalada fachada, pero también personas sin un vínculo cercano aparente y algunos cuantos enemigos, como Macario Soler.
Macario me recibió en las oficinas de El Sobrino de Axayácatl, diario casi extinto que, otra vez el lugar común, se cae a pedazos. Es una casa de tres pisos, con una fachada recubierta de cemento enmohecido, un enorme portón abatible color crema y a medio pintar. Está cercada por un cableado que presume ser de alta tensión siendo completamente inofensivo, como si hubiera algo que resguardar más allá de ejemplares polvorientos y máquinas de escribir inservibles.

Antes de dar inicio a la interlocución, Macario sirvió café sabor ceniza y un plato de galletas gomosas.
– ¿Entonces Gerardo sí estudió contigo?
– Sí. Por ahí andaba el güey. Era muy tímido. En esta chamba no puedes tener miedo porque hay que perseguir historias en una ciudad que no da chances. Nuestros personajes andan corriendo por ahí, trepados en el metro, mentando madres, fundidos por la rutina. Por más virtuoso que uno pueda ser, quien no tiene el valor de corretear la cabrona noticia no la arma.
Macario Soler es un hombre alto y rollizo. Sus rojas ojeras desvelan frustraciones y lágrimas reprimidas.
–Sus pinches mentiras nos costaron caro. No entendíamos cómo le hacía. Siempre la mejor historia, el testimonio oportuno, el más exclusivo de los hechos. Intentamos rastrearle los pasos un chorro de veces pero era imposible. No lo veíamos en las marchas, en las ruedas de prensa o en los eventos de los que después escribía.
El 1 de marzo de 1982 llegó a la redacción del diario Nuevas Noticias una crónica, primera de tantas, escrita por Alzolaburreta. La pieza versaba sobre la historia de Karla, que había sido desalojada de su hogar durante los desequilibrios económicos de aquel tiempo. Las historias ahora parecen sobrar.
La pompa de las instalaciones de Nuevas Noticias contrasta con la decadencia que inunda aquella casona olvidada en la que algún día las mejores plumas redactaban el Sobrino de Axayácatl.
– No recuerdo bien a bien cómo llegaron sus primeros textos-. Cuenta Ismael Cano, propietario de Nuevas Noticias, Lucero T.V, Halcones F.C, Astros telecom, La mala Radio y Casinos Elefante.
Acercarme a Cano fue difícil. Rara vez se encontraba en el país, rara vez concedía palabra a medios que no fueran los suyos y poco se sabía de sus opiniones sobre cualquier tema. Ahora que ha manifestado su interés en candidatearse para la presidencia de la república no podía privarse de contar una de las historias más inquietantes de la que llegó a ser su firma más redituable.
– Particularmente la historia de la mujer esa jaló gente. Eso es lo importante. Esto es finalmente un negocio, no un espacio de lucha ni un servicio a la comunidad-.
Hasta antes de la aparición del periodista fantasma, Nuevas Noticias no acostumbraba publicar historias sobre personajes desfavorecidos. En síntesis, su línea editorial era optimista y entusiasta. Le pregunté sobre esa óptica cambiante, ocultando mi nerviosismo con audacia periodística.

–Contamos lo que conviene contar, a veces toca ser soldados y otras jugar a las contras para conmover. La narrativa embriaga y las anécdotas sobre carácter y bravura en medio de la adversidad hacen de la jodidez algo inmutable. No me importa el cuento, sino su efecto; ni tampoco la noticia sin dividendos. Si Alzolaburreta quisiera salir de su bien ganado retiro, lo volvería a recibir con gusto.
Gerardo construyó una carrera prominente en los medios. Su enorme virtud escritural lo llevó a engañar a los lectores durante muchos años, por eso su semblanza resulta tan fascinante como insondable. Por lo menos eso creía hasta mi encuentro con Juan Carlos Mejorana en la Feria Internacional del Libro en el Zócalo capitalino, unos meses antes de su fallecimiento. Mejorana fue periodista e historiador, autor del libro “El Cuentista”, quizá el más confiable documento existente sobre la vida y obra de Alzolaburreta.
– La genialidad de Gerardo no proviene tanto del fingimiento. Ese es, a mi parecer, el más superficial de los análisis posibles. Yo creo que el gran legado que dejaron sus letras, de naturaleza más literaria que periodística, es el tan acertado trazado de nuestro país. Es una presencia muy incómoda porque al leer su trabajo a la luz de lo que ahora se sabe, es inevitable pensar que dijo mucho más que quienes escribíamos en las redacciones y cubríamos lo que pasaba en la calle-.
A la historia de doña Karla se le sumaron las de Lara Robalo, actriz mexicana que pasó su laureada carrera en los teatros europeos, exiliada de un México que obvió su talento; Germán Mirandés, político de férreas convicciones asesinado a tiros a las afueras de su domicilio; la gran exponente de la décima yucateca, Litza Navarro; “los robin juds”, banda de rateros que dedicaron sus pocos años de actividad al robo de joyas en las zonas más ricas de la república; Porfirio Burrón, encarcelado por el misterioso asesinato del estafador Bobby Lechuga. Todos ellos falsos, pero no inexistentes. Sus vidas no acogieron otro escenario más que las rotativas, los puestos de periódicos y la conciencia de los mexicanos.
Gerardo Alzolaburreta es para el periodismo lo que para la plomería es un individuo que jamás ha reparado una tubería: el beisbolista que no se atreve a jugar un solo partido; el músico incapaz de tocar un instrumento.
En aquella cafetería cualquiera de la Ciudad de México, Alzolaburreta pidió un té de bolsita al que le agregó 5 cucharadas de azúcar para después verter un shot de leche caliente a la taza: té que no es té. Sus respuestas eran muy concretas, hablaba del caso sin trastabillar.
–¿Cómo?-. Pregunté sin intentar ganarle la partida, sin arrebatarle el cómo con preguntas sigilosas.
– No sé. Nunca nadie me cuestionó nada. La gente suele dar por hecho aquello que está en el papel o en las pantallas-.
Tras 30 años de carrera, el 1 de marzo de 2012, el cuentista publicó su último texto: en él confesaba la impostura y agradecía a los lectores el haber seguido su trabajo por tanto tiempo. Antes de aquel desahogo, que al principio se tomó por broma, nadie había sospechado de su periodismo. Dan cuenta de ello los galardones y reconocimientos.
– Me aburrí. Quise por primera vez ser presa de la narración, saber en qué terminaría la travesura-.
–¿Travesura?-.
–En alguna medida lo fue. Mandé la crónica sobre Karla queriendo probar cuán real resulta lo ficticio. La verdad que nos venden es más engañosa que cualquier cosa que yo haya escrito en 30 años. Nunca pensé en vivir de cuentacuentos, ni tampoco que el chistecito duraría tanto tiempo-.
– ¿Qué había detrás de tus inventos?-.
– La convicción de decir aquello que me parecía importante. Hay periodistas, y mira que conozco muchísimos, que pretenden dar voz a quienes no la tienen, como si fueran seres divinos. Yo no intenté darle voz a nadie porque todos podemos hablar tan fuerte como queramos en tanto nos lo permitan. Mis personajes siempre hablaron por mí y nadie más. Somos innumerables y con ellos tuve para contar todo lo que quise contar. Eso me bastó para reflejarme en el otro y que ellos lo hicieran en mí-.
– ¿Y los hechos?, ¿la veracidad?, ¿la información y la democracia?-. Le interrogué disfrazando una vez más de audacia periodística mi encabronamiento.
– Creo que entendí muy pronto que todas esas cosas no valen mucho. Los medios han existido siempre y el país sigue como sigue. Es más, esto que está usted escribiendo bien podría ser una ficción y nadie se daría cuenta-.
