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Piedra, mármol y pintura

Por Rodrigo Chávez

El olor a tamales y pozole sigue impregnado en las calles de este país, casi tan impregnado como la sangre de aquellos que son ejecutados a la luz del día sin temor a nada; ese aroma de deliciosos sabores y encuentros familiares es tan presente como las lágrimas de las mujeres que fueron violadas, torturadas o asesinadas. La bella época patria, en la que todes se ponen sus sombreros estereotipicos y se lanzan a gritar ¡VIVA MÉXICO!, mientras sujetan su celular con fuerza cuando algún miembro de las comunidades indígenas está cerca.

Este año el ritual social del grito se da con un escenario vacío pero en medio de una de las revueltas más minimizadas y al mismo tiempo contrastantes en nuestro país, mientras estos ritos bélicos y plagados de imprecisiones históricas y mitos fundacionales se realizan en Palacio Nacional, a 900 metros de ahí, las mujeres mantienen la toma de las oficinas de la CNDH en la ahora llamada  Okupa Casa Refugio Ni Una Menos. Durante esta toma las y familiares de víctimas de violaciones a derechos humanos intervinieron algunos cuadros de lo que el Estado decidió que son los próceres de la democracia y la vida nacional, siendo el de Francisco I. Madero el más defendido por su autor y por el propio Andrés Manuel, quien llamó conservadoras a las mujeres que acuerparon la toma de la Okupa. Quizá sería buen momento, Andrés, de ponernos a precisar un poco sobre Madero.

Francisco I. Madero era porfirista a pesar de que nos guste convenientemente olvidar esa parte de la historia, también podríamos precisar sobre lo Juarista que fue Porfirio; Madero era tan porfirista que al lograr la renuncia de Diaz mantuvo intacta la estructura burocrática y gubernamental del régimen, ¿o vamos a olvidar también que Villa y Zapata se levantaron en contra de Madero por tibio? Curioso resulta entonces, señor presidente, que usted equipare a las mujeres de la Okupa, llamandolas conservadoras, cuando ha mantenido la estructura neoliberal casi intacta en materia de derechos humanos, lo que ha llevado a las ciudadanas víctimas a tomar el edificio y los edificios de una comisión francamente incapaz e inútil a lo largo del país. Como en tiempos del siglo pasado, el caudillo comenzó a quedarse apretado entre quienes ven en él un pacificador de corrientes y quienes no están dispuestas a negociar su paz y libertad.

Entre los ciudadanos que se encuentran en medio existe cierto clima de pasividad activa, quizá suene bastante revuelto y es que en realidad sí lo es: hay entre los hombres y mujeres cierto aire de liberación que no es lo suficientemente fuerte para apoyarlas abiertamente y permitir que les derriben los mitos que se han comprado sobre lo que son como personas y deberían ser por haber nacido en este país y al mismo tiempo un deseo completo de obligarse a no ver la realidad. Mientras las mujeres se toman las calles y gritan ¡NOS ESTÁN MATANDO! hay algunos que las escuchan, que sienten este grito desesperado pero que deciden activamente mirar para otro lado, creer que los símbolos, los recintos y las expresiones artísticas tienen per se un derecho inamovible de ser respetado por estar. Quizá es la educación estatal la que nos ha vuelto paladines mediocres de los objetos inanimados, quizá es el neoliberalismo impreso en nosotros, es más fácil defender una pared que se puede privatizar y puede comercializarse que aceptar la lucha de aquellas mujeres que quieren dejar de ser mercancía para consumo; a lo mejor es mucho más sencillo y es simple comodidad sobre nuestros estilos de vida.

Los símbolos son importantes porque son una forma universal de entender complejidades o procesos completos a través de la representación exacta de algo, es decir, una cruz de madera no es más que una forma en la que la madera puede tallarse, pero al mismo tiempo, para algunos puede ser la vida, obra y muerte de un carpintero judío nacido hace mucho tiempo. Para eso sirven los símbolos, para identificarse y describir procesos y cuestiones enteras. Uno de los símbolos protagonistas en México es la escultura de "la victoria alada”, o como se le conoce popularmente, “El ángel de la independencia”; a través de esta escultura se expresa de forma alegórica un proceso histórico de once años cuyas vertientes, corrientes y proyectos distaban demasiado entre sí: bajo los ideales de Hidalgo, deberíamos habernos reincorporado a la corona española una vez reincorporado Fernando VII; si hubiéramos seguido los ideales de Morelos, habríamos emancipado no sólo a México sino a Centroamérica, anexando una gran cantidad de países bajo el liderazgo divino de México; de haber estado de lado de Guadalupe Victoria, los afromexicanos y los grupos indigenas no habrían permitido jamás que los blancos recobraran el poder, y podemos seguir así por horas y horas determinando las corrientes que hoy retozan sobre una columna con un ángel dorado encima, pero es importante plantearnos, ¿qué es ese símbolo más allá de las versiones oficiales? ¿Existe libertad para todes les ciudadanes? ¿Es acaso que las mujeres tienen la libertad total y plena de hacer lo que quieran con su cuerpo y con su vida? En el México del 2020 aún asesinan a personas por no amar a personas del sexo opuesto, por definir su identidad de manera distinta a lo que sus genitales compenden, y aquí es donde nos enfrentamos a la cruel realidad, porque si una gran cantidad de personas no son libres entonces no tiene ningún sentido tener toneladas de piedra y cobre que no nos dicen nada, si acaso podrían decirnos cómo es que fracasamos en la idea de intentar ser libres.

Lo mismo nos ocurre con símbolos no materiales como la bandera y el himno, pues con un trapo de tela tricolor que trata de simbolizar la esperanza, la unidad entre mexicanos y la sangre derramada deberíamos preguntarle a las más de cien mil familias víctimas de la violencia cuál es la cantidad exacta de estos colores, les aseguro que el verde ocuparía un lugar casi inexistente, el blanco se iría para siempre y el rojo sería indudablemente el color predominante, y cuando una bandera no identifica a las y los ciudadanos que trata de regir entonces no es más que un trapo.

Porque cuando el himno nos incita abiertamente a luchar a muerte y a derramar sangre habemos quienes lo que más anhelamos es que la sangre deje de correr en las calles, que se detenga la matanza, que la guerra termine, porque tu grito de guerra ha matado a muchos inocentes, porque tu bélico acento le ha arrebatado la infancia a millones de niñes, porque el sonoro rugir del cañón ha terminado impactando sobre muchas personas que no debían morir. No, patria, este hijo no es soldado, abiertamente he de desertar a tu demencial guerra.

Y entonces, cuando los monumentos, las pinturas, las banderas y los himnos no nos significan nada en lo personal no son más que un montón de piedra, mármol y pintura que bien podrían ser vendidos por kilo o quemados, porque lo valioso de los símbolos es que los hacemos nuestros, porque la Nación y la Patria no caben en sus monumentos vacíos ni en sus ídolos de barro, porque México no es su delimitación geográfica, no es sus divisiones estatales, México soy yo y eres tú y cuando esta construcción nos queda pequeña es cuando nos tomamos la historia como la están tomando las mujeres, la están haciendo suya y son ellas, las que están dispuestas a quemar la victoria alada hoy, las que el día de mañana reposarán sobre una columna por haberle dado la independencia a quienes a más de doscientos años aún no la poseen.

Dejen de defender materias y construcciones inertes. Defendamos a quienes de verdad hacen que seamos mexicanos: las y los ciudadanos.

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