Hacerle frente a la muerte
Por Ángel Estrada
Convivimos con la muerte todos los días; es una acompañante que nos sigue a donde sea, pero que no hace contacto directo con nosotros más que una sola vez, y para siempre. Pero aún cuando camina de nuestro lado todo el tiempo, y cuando constantemente nos advierte de su presencia y cercanía, parece que la mayor parte del tiempo preferimos pasarla de largo, no prestarle atención; a veces ni siquiera nos importa pensar mucho en ella, o simplemente no estamos conscientes de que pisa la tierra al mismo tiempo que nosotros. Y así suele transcurrir nuestro tiempo, adoptando una actitud de ignorancia, deliberada o no, hacia nuestra eterna acompañante.
Si solemos tratar de ignorarla todo el tiempo, ¿cómo nos es posible lidiar con ella cuando se hace presente de manera fortuita? En medio de los intentos de no saber de ella, de pronto llega a hacerse presente cuando menos se le espera, recoge consigo la esencia de alguien amado, le vuelve luz, polvo de estrellas, eternidad. Es entonces cuando nos toma del rostro y nos clava la mirada amenazante, obligándonos a asumir que está ahí, que siempre ha estado y estará ahí.
No sé si sea posible asumir ante la muerte una actitud indolente y fría cuando la vida esfumada en cuestión es la de alguien a quien quisimos con gran parte de nuestras almas. Por más que seamos conscientes de que llegará el momento en que se presentará elegante y sombría, no creo que ninguna persona esté lista del todo para hacerle frente de una manera adecuada, porque quizá simplemente no exista una "manera adecuada". Al final somos humanos.
Tal vez, y sólo tal vez, el proceso sea más sencillo de asimilar cuando la muerte decide anticipar por un buen rato su llegada a través de enfermedades largas y agonizantes. Ante ello, quizá la espera de lo inevitable da comienzo tiempo atrás, aún cuando nadie se atreva a decirlo. No obstante, incluso ya esperada, la muerte no deja de ser dolorosa. En cambio se vuelve un agobio y un profundo dolor cuando se presenta sin previo aviso, sin una sola señal. Es incomparable aquella sensación, pero se asemeja al arranque de una parte de nuestras almas, como si miles de espinas brotaran de nuestro interior y atravezaran nuestra piel. Sumamente doloroso, de buenas a primeras. ¿Y cómo hacemos frente a eso sin sentir que nos están despellejando?
Después de cuatro meses todavía es difícil ver una salida a la pandemia que nos puso a todos contra la pared, que nos enseñó el rostro sin censura de nuestra eterna acompañante y desde entonces nos hizo tenerla en mente de forma recurrente.
Hoy solo quiero pensar en ellas, y en quienes murieron por otras muy diversas causas, como partes de un cúmulo de estrellas, de esas que nacen a cada segundo en alguna parte del universo. Ojalá todo el dolor que deja su vacío se convierta en fuerza y pronta resignación para las y los deudos.
En cuanto a nuestra eterna acompañante, sé que jamás estaremos a la altura, por lo que en medio de esta crisis le pido solo un poco de compasión, no más. Y es que +52 mil ausencias inesperadas duelen muchísimo.
