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Entre escualos y crustáceos

Por Rodrigo Chávez

Todos hemos escuchado hablar en diversas ocasiones sobre aquel mito de las cubetas de cangrejos extranjeros (pueden ser alemanes, suizos, gringos, japoneses o de la nacionalidad que quien quiere sorprenderte le guste) y los cangrejos mexicanos; en la primer cubeta de algún modo los crustáceos poseen conocimientos de ingeniería, arquitectura y física para soportar pesos exorbitantes, a la par que van construyendo una estructura que les ayude a salir de una cubeta. Estoy seguro que este comportamiento es tan antinatural que de ser cierto ya habría investigaciones al respecto, no obstante es una narrativa que resulta bastante útil para culpar a quien manifieste alguna crítica o queja sobre la manera en que se desarrollan las condiciones sociales, económicas y políticas, pues “debemos apoyarnos siempre, pese a cualquier cosa para no ser un cangrejo”.

Por otro lado, existen también entre nosotros narrativas que pudieran parecer contradictorias a la primera, como la llamada “mentalidad de tiburón” en la que se antepone y glorifica tanto a la industria privada como la capacidad creativa de aquelles quienes ofrecen algún producto o servicio. El impulso cultural del capital nos conlleva a creer que el “emprendedurismo” es una opción posible en una sociedad desigual; en fechas recientes hemos visto cómo se popularizó el programa “Shark Tank México” en las redes sociales. Disfrutamos viendo los vídeos de los megaempresarios rechazando o apoyando a jóvenes con ideas o productos innovadores, y no me mal entiendan, amo los memes de Shark Tank y el programa es entretenido de ver, pero al analizarlo podemos ver que no es más que una opción de entretenimiento y no algo materializable.

Lo interesante es que a pesar de parecer ideas o pensamientos contrapuestos que están en conflicto, la realidad es que ambas se necesitan para construir la complejidad material que persiste ahí fuera, la explotación se glorifica desde el pensamiento del cangrejo en el que más que buscar pelear por una mejor distribución es más coherente agradecer tener un empleo y esperar que al dueño de la empresa le vaya bien, porque si él triunfa y sale del balde, lo más probable es que vuelva por todos los demás cangrejos que siguen atrapados ahí. La fuerza de trabajo debe anhelar la prosperidad del empresario aunque éste le explote para que de algún modo al empleado le vaya bien, una idea que ha sostenido un sistema económico basado en la explotación, nos han vendido estas ideas de que las ganancias del empresario podrían beneficiarnos a todes, asegurándonos el trabajo o accediendo a un mejor puesto, pero la realidad es distinta, necesitamos entender cómo es que ese cangrejo piensa y es que curiosamente él está pensando como escualo.

La mentalidad de tiburón trata de hacernos creer que emprender es una opción al alcance de todos, a final de cuentas lo único que necesitamos para ser emprendedores es una idea y trabajar en ella a pesar de todas las complicaciones. Lo que nunca nos cuentan es que dentro de esas “complicaciones” se conlleva una gran cantidad de privilegio, por ejemplo, Arturo Elias Ayub vendía plumas con un margen de ganancia mínimo que usaba para comprar más plumas, esa historia es cautivadora pero olvidamos mencionar que Arturo tuvo acceso a la educación superior, acceso reservado solo para el 22% de la población nacional, y no solo eso, el tiburón estudió en la Universidad Anáhuac, cuyo costo anual, sin contar materiales es de apróximadamente $125,910 según los datos disponibles en la red de la universidad. O Arturo vendía 25,182 plumas a $5 pesos al año o su educación fue financiada de una manera externa a su compra-venta de pumitas. Rodrigo Herrera también estudió en la universidad Anáhuac, teniendo un gasto promedio similar al de Arturo. Carlos Bremer, por su parte, es egresado del ITESM cuyo costo anual ronda los $266,316 pesos, un costo bastante elevado para un joven que vendía calculadoras.

Tratar de vendernos la idea de que vendiendo cualquier cosa podemos llegar a amasar las fortunas de estos magnos empresarios es algo sumamente irreal. Si los empresarios surgieran de la nada a base de vender cualquier cosa y ser constantes, el niño que vende mazapanes en el semáforo sería fácilmente el hombre más rico del mundo en unos años, pero la realidad es otra, emprender requiere de privilegio de clase, pues no es, en definitiva, sencillo que una persona con carencias básicas como agua, comida o salud pueda darse el lujo de comenzar un proyecto que conlleva no solo tiempo y esfuerzo sino una gran cantidad de inversión inicial que podría no ser retribuible en un periodo prolongado, no obstante esta idea del emprendedurismo nos hace creer que fallar en nuestros intentos desesperados de montar una PyME o algún proyecto será meramente nuestra responsabilidad, creeremos que no somos talentosos, que no somos hábiles o simplemente que no nacimos para ser dueños, pero no es así. La mayoría de pequeñas y medianas empresas quiebran a menos de un año por falta de oportunidades de competencia, los empresarios multimillonarios controlan la mayoría de las empresas y competir contra ellos y contra las transnacionales se vuelve imposible, los tiburones acaparan el mercado asfixiando a los pequeños empresarios, o si no, los compran.

Sobre estas dos ideas descansa el sistema capitalista en México, por un lado se trata de hacernos creer que emprender es la única forma válida de generar y obtener el sustento a medida que se reservan los mecanismos de éxito para los sectores más privilegiados del país y, al mismo tiempo, se despoja de herramientas de trabajo a pequeños vendedores de alimentos en alcaldías como Miguel Hidalgo, en zonas cuyos habitantes se dedican en su mayoría a la iniciativa privada. Al mismo tiempo, el mito de los cangrejos asegura que quienes logran tener éxito en el sector empresarial no tienen que lidiar con disputas generadas desde el proletariado, pues no celebrar el éxito del empresario que se enriquece del trabajo ajeno es malo y es considerado como mediocridad que imposibilita que se obtengan “ganancias para todos”. De nuevo el sistema de desigualdades se sustenta en mitos e ideas alejadas de la realidad.

Muchos de los empresarios forjan sus fortunas no solo basándose en la explotación de mano de obra, sino que han conseguido traficar sus influencias al interior del poder político, generando leyes como la de la subcontratación que permite abaratar la mano de obra y deslindar al empresario y la empresa de las responsabilidades constitucionales que protegen al trabajador.

Programas como Shark Tank México son graciosos y entretenidos, pero debemos verlos con un sentido crítico al respecto de la complejidad social y económica en el país.

Desarraigar de nosotros los mitos que sostienen la explotación y la desigualdad es el primer paso para la creación de una sociedad más justa.

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