Después de la denuncia pública: autocuidado
Por Ankaret Alfaro
Cuando hablamos de denuncias públicas solemos romantizarlas un poco y nos convencemos de que es un proceso peligroso pero heroico, lo cierto es que es bastante más complejo, a pesar de que es una herramienta útil que nos sirve para gritar que ya no tenemos miedo ni vamos a seguir permitiendo abusos y sobre todo, prevenimos que los agresores se cobren más víctimas y a mi parecer, es un acto de amor a nuestras compañeras y de suma valentía, pero pocas veces escuchamos el proceso que pasan muchas de nuestras compañeras después de haberla hecho: por mi experiencia fue algo terrible y es que cuando se toma la decisión de hacer este tipo de denuncias sin anonimato ya no hay vuelta atrás, las redes sociales son un monstruo que te traga y te consume.
Hace dos o tres años que hice una denuncia pública en redes sociales, me sentía rebasada por mis emociones, me sentía sumamente sola, humillada, triste y furiosa. Me habían arrancado una parte de mí que sabía que jamás iba a volver, me quitaron confianza, sonrisas, ilusión y ganas de seguir mi vida con normalidad.
Es una montaña rusa de emociones la etapa que vives después de hacer una denuncia pública, en mi caso, al principio, el sentimiento de necesidad que me llevó a hacerlo me hizo sentir sumamente poderosa, logró hacerme sentir que había hecho lo correcto, que pude hacer saber a la gente que era cercana a él que en realidad no era la persona que aparentaba, yo no pude ser tan egoísta como para dejar que la gente se llevara otras ideas y pudiera lastimar a alguien más, abusar de alguien más, arruinarle la vida a alguien más.
Lo que pasó después de unas pocas horas es que me di cuenta que hay mujeres increíbles que me abrazaron con toda su fuerza para sostenerme, me miraron a los ojos y me dijeron firmemente con el corazón en la mano “Yo sí te creo”, son las primeras que me brindaron la fuerza para lo que se vino en los próximos días, porque todo fue yendo peor.
Al día siguiente me di cuenta de que no todo iba a estar bien, los “me divierte” comenzaron a llegar, gente insensible que encubrió a mi agresor hizo lo imposible por hacerme creer que estaba loca, por hacerme creer que lo que me pasó me lo merecía o me lo gané, y lo peor, me encontré con la noticia de que mi agresor había saltado a defender lo indefendible, y con él sus amigos que como cucarachas sentí cómo invadían mi espacio, me acosaban y me atacaban sin importarles la destrucción que provocaron, que me hicieran sentir sumamente vulnerable al grado de provocarme una ansiedad terrible durante por lo menos año y medio, porque después no quería ni salir a la calle, encontrarme gente familiar era algo terrible que me provocaba dolores en el estómago, hasta que evolucionó a ataques de pánico al sentirme observada y vulnerable. Con los días mis “amigues” iban desapareciendo de a poco, se quedaron dos o tres que me acompañaron y me creyeron, el resto decidió que yo era demasiado problemática o estaba loca. En realidad la ansiedad y los ataques de pánico probablemente iban a ir apareciendo con el tiempo, al momento de caer la cuenta del infierno que viví, del que no pude darme cuenta hasta que todo explota, pero el acoso, las burlas y el abandono por parte de aquellos encubridores sólo aceleraron el proceso.
Mi error fue querer encerrar mis emociones y pretender que todo estaba bien, mi familia nunca lo entendió ni hizo el intento por hacerlo, incluso fueron quienes me hirieron primero, así que decidí que tenía que estar bien, pero eso sólo fue una bomba que se acumulaba para salir después, mis emociones de tristeza se disfrazaron y de pronto era una persona sumamente violenta, explosiva, la verdad es que todas esas emociones guardadas me estaban pudriendo por dentro y me volví una persona infeliz, insegura, ensimismada, pasé casi año y medio llorando cada noche deseando no existir y me hice creer que no merecía ser amada, que no merecía disfrutar ni volver a involucrarme emocionalmente con nadie más, pues todo ese tipo de cosas las relacionaba con sufrimiento, hasta que todo se juntó y caí en depresión. Por consecuencia todo repercutió en los diferentes ámbitos de mi vida, por lo que no podía relacionarme de manera normal conmigo, con mi vida y con los demás, mi carrera no me emocionaba ni me permitía concentrarme en lo que debía y se supone me hacía feliz, tenía un sentimiento de rencor hacia mi familia del que no me pude deshacer en mucho tiempo, me sentía rebasada e incapaz de enfrentar la situación, incapaz de manejar mis emociones, no quería existir más, necesitaba tanto ser escuchada y comprendida, necesitaba que alguien me guiara y me prendiera una luz dentro de la oscuridad en la que yo me sentía abandonada.
Dentro de todo este proceso conocí a mis amigas, puedo jurar que me cayeron del cielo, desde el momento que las conocí fueron comprensivas, empáticas, sensibles y el soporte principal que me permitió revivir y devolverme las ganas de querer vivir y disfrutar, se reacomodaron mis sueños, mis metas, mi humor y regresaron las sonrisas y las carcajadas. Gracias a ellas decidí ir a terapia, me hicieron caer en cuenta de que necesitaba ayuda pues mis malestares emocionales se habían convertido en malestares físicos, me di cuenta que estaba invalidando esas molestias emocionales y ponía miles de excusas para echarme toda la culpa y no me daba cuenta que yo nunca tuve la culpa de haber sido agredida y menos de las consecuencias que eso trajo.
Aprendí que el proceso de sanación nunca va en línea recta; unos días me sentía invencible y otros quería volver a desaparecer, y sigo; mi terapia quedó inconclusa, pero sigo haciendo trabajo emocional e intento sujetarme de las cosas que me reviven y me hacen feliz, no perdono y menos olvido, me obligo a ser fuerte y mis amigas me regalan abrazos y oídos cada que necesito apoyo. Y la verdad es que sigue siendo bastante complicado, ahora mismo, mientras escribo es como si todo volviera, sigue siendo difícil, no puedo evitar sentirme incompleta y muy triste, pero ahora sé que puedo seguir y todo va a estar bien mientras me riegue el corazón y coseche cosas bonitas que sean mi motor y me den fuerza.
No me arrepiento de haber hecho esa denuncia, no me arrepiento de haber perdido gente que decía ser amiga porque me ahorraron muchas cosas, y sé que todo lo que pasé iba a pasar tarde o temprano, pues sólo fue secuela de los abusos de mi agresor y entre más me aferrara a retener la lluvia de situaciones dolorosas más iba tardar mi proceso y en recobrar fuerza.
Lo último que quiero es desalentarles a hacer esa denuncia, más bien quisiera que entraran con todo, sabiendo a qué se enfrentan y junten las fuerzas y tengan una red de apoyo que no las deje caer ni un segundo. El autocuidado va a ser primordial, siempre considera ir a terapia porque es una herramienta increíble que puede ayudar a sanar esas heridas, reconstruirte y fortalecer tus raíces. Las amigas también van a formar una parte sumamente importante en el proceso, siempre están ahí para defenderte, recordarte que eres una mujer increíble, valiosa, con sentimientos validos e importantes, con una vida que vale la pena vivir y recordarte las injusticias por las que hay que luchar.

A Emilia que salva la vida y da aliento con el primer abrazo, a Tania que tiene el corazón más leal, a Mari que tiene la sonrisa más deslumbrante y contagiosa y a Mariana con la voz firme y estruendosa. Gracias por ayudarme a renacer.