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Del orgullo mexicano

Por Ángel Estrada

210 años después de comenzada la lucha armada por la independencia de nuestro país, nos hemos preparado, bajo una situación extraordinaria, para “celebrar” a México como un territorio libre y soberano.

Como ya es costumbre, no faltan las muestras de orgullo y respeto por los símbolos patrios, aquellos que pasan de largo durante once meses del año y que en septiembre llenan de entusiasmo y orgullo a una parte de la población que resalta su patriotismo y su amor por México.

Quizá en estos momentos, como en ningún otro, es preciso hacer una introspección sobre lo que entendemos por orgullo, sobre lo que verdaderamente nos hace sentir un amor ciego por nuestro país en estas fechas. ¿Orgullos de qué o por qué? ¿Orgullo de una bandera que resalta la gallardía de los hombres que “dieron su vida” por “darnos patria”, y que tiene como escudo una “señal” dada “de lo divino” a los mexicas para establecerse y fundar Tenochtitlán? Si es así, la concepción que tenemos de México es muy pobre.

¿Orgullo por un himno que exalta y llama a los mexicanos a emprender una guerra contra “extraños enemigos”? Si es así, el himno es letra muerta desde hace décadas, porque “el extraño enemigo” ha entrado sigiloso, sin que lo percibamos, con permiso del propio Estado mexicano, a pisar nuestro suelo y enriquecerse a costa de nuestros vastos recursos en forma de transnacionales, bajo el argumento de que su entrada generará empleos de calidad para la población, y que el beneficio será mayor. Falacias. Al final del día, conocemos la historia; hemos no solo permitido su entrada, sino el mismo saqueo, la explotación laboral más voraz, la precarización de trabajo más escandalosa, y no hemos hecho nada más que seguir cantando aquellas letras con orgullo, pretendiendo que tomamos en serio la defensa de una soberanía que no existe como tal. O peor aún, quizá no entendemos lo que sale de nuestros labios.

¿Sentimos orgullo por nuestras grandes ciudades y pueblos mágicos, por nuestras playas, bosques y selvas? ¡Es que qué bonito es México! O al menos qué bonito es el México que nos gusta ver, ¿no es así?

¿Qué pasa con los pueblos de las sierras del norte y del sur? Esos que se encuentran a tal lejanía que ni enterados estamos de su existencia. ¿O qué decir de las localidades que se encuentran en las periferias de las grandes ciudades? No sé, tal vez como Ecatepec. ¿No acaso hasta sentimos repudio y hacemos burlas nefastas sobre sus condiciones de vida tan precarias y de sus niveles de violencia tan altos? Ecatepec también es México. ¿Ese México nos gusta también? ¿De ese México también nos sentimos orgullosos?

Y hablando de violencia: Qué curioso gritar “¡Viva México!”, cuando vivir en México es todo un desafío, cuando a diario millones de mexicanas y mexicanos salen a las calles para empezar sus jornadas, con miedo de no regresar, porque en México asesinan a 100 personas al día, y con un poco de mala suerte, una bala perdida o un atraco a mano armada pueden cerrar nuestros ojos para siempre.

¿Vive México? No todo, no esas cien personas que mueren por violencia al día, entre quienes contamos los escandalosos diez feminicidios diarios. Los feminicidios no son cualquier crimen, son crímenes de odio. Las víctimas mueren por el hecho de ser mujeres, porque en México, la gran mayoría de los hombres sigue creyendo que tienen derecho y poder sobre el cuerpo de sus semejantes mujeres, porque la violencia machista está increíblemente lejos de ser erradicada.

No se diga de lo que sucede con las más de 60 mil personas desaparecidas que se cuentan en el país.

¿De ese México también nos sentimos orgullosos? ¿Del México machista y violento? Vamos pues, ¡Viva México! Pero sólo el de los privilegiados e intocables. En cuanto a los demás, sálvese quien pueda.

Es México, desde que somos preescolares nos enseñan a sentir un amor profundo a la patria, mas no a quienes habitan en ella. Pasar de largo ante quien extiende la mano se ha vuelto un estilo de vida que te posiciona como una persona dura, y en la visión dominante, una persona dura llega lejos. No seas muy noble, no intentes tener un corazón puro, no empatices con el dolor ajeno, porque eso te hace una persona débil, y una persona débil no sirve en un país como éste. ¿Suena familiar? La violencia, las tensiones escolares y laborales, el pasar de largo ante el sufrimiento ajeno y el reprimir emociones no son parte de nosotros solo porque sí.

No vayamos muy lejos. ¿Por qué dejaron de sorprendernos las imágenes de cuerpos desmembrados que proyectaban en la TV y en los diarios de circulación nacional? ¿Por qué el secuestro de una menor no tocó fibras sensibles de nuestros corazones que permitieran hacer cadenas y movilizarnos para encontrarla viva? ¿Por qué cuando la misma niña fue hallada muerta en una maleta solo seguimos de largo? ¿Se puede amar a México si no amamos a su gente, el componente fundamental? El amor implica interés, un interés en todos los elementos que conforman lo que amamos. ¿Sentimos amor por México, o solo por la parte que nos hace sentir bien de México? ¿Lo demás no? Entonces no es amor, es comodidad, y se llama hipocresía. Somos hipócritas.

Nos decimos orgullosos de México y sus tradiciones milenarias, de sus pueblos indígenas y sus artesanías, pero no bajamos de “dialectos” a las 68 lenguas indígenas que se hablan por todo el territorio nacional; seguimos viendo como aborígenes a los habitantes indígenas de este país, como algo inferior, algo que produce artículos llamativos que se está dispuesto a comprar para utilizar, algo que cumplido ese propósito, es inútil. Vaya, algo que está ahí pero que preferimos no ver. Eso sí, la apropiación cultural vive fuerte y rapaz.

Vamos, que no se trata de detener los festejos patrios, ni de que no podamos reunirnos para "celebrar" lo que sea que celebremos estos días; finalmente lo hicimos anoche. Lo que quiero decir es que si realmente hay una pizca de sentimientos fuertes hacia este vasto territorio, se debe considerar que nuestra concepción de México puede estar muy limitada, o que nos estamos negando a ver lo que atañe, lo que lastima profundamente a los habitantes de este país.

Aunque nos cueste voltear a verlo, vivimos en un estado feminicida, machista, homofóbico, transfóbico, violento, corrupto, racista, clasista, asesino, y eso también es México. ¿Nos sentimos orgullosos de ello? ¿No será tiempo, estimadas y estimados amantes de la patria, de reflexionar sobre lo que no nos gusta ver, finalmente voltear a verlo, y actuar en consecuencia para cambiarlo?

Se puede, es apremiante, urge. No podemos seguir siendo indolentes ante un país al que decimos amar, pero al que permitimos seguir sangrando y doliendo dos siglos después.

Y sí, ¡viva México! El México de los 43 normalistas de Ayotzinapa; que vivan las madres de familia de los colectivos de búsqueda de personas desaparecidas; que vivan las madres que siguen clamando justicia por sus hijas e hijos; vivan también las y los olvidados de las calles; que vivan los sesenta millones de pobres; que vivan los pueblos indígenas; que vivan las víctimas de una violencia que les arrebató los sueños y esperanzas; que vivan y realmente vivan las mujeres, libres, seguras, sin miedo; que viva el México invisible, el que cuesta ver sin voltear de inmediato la mirada, y que muera, por nuestro bien, la concepción del país de las maravillas en donde todo está bien, el México que aún no existe y que requiere de muchas manos y compromiso para poder ser.

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