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¿Cómo construimos futuro?

Por Ángel Estrada

En este momento de la historia en el que gobierna la 4T, cuya continuidad está asegurada al menos por seis años más, surge una pregunta muy importante, ¿qué tipo de política pública queremos no solo ver, sino construir hacia el futuro? Considerando nuestra propensión natural y temporal al desencanto, y/o a la costumbre generacional de dar por sentado e inamovible mucho de lo que desde arriba se decide.

Ya mi amigo Rodrigo Chávez advertía anteriormente del riesgo que se corre de caer en una interpretación meramente presidencialista de la política y del poder político, particularmente en México, pero, ¿realmente salimos de ahí? ¿O qué visión histórica, tanto de largo como de corto plazo, tenemos sobre el Poder Legislativo? ¿Y qué decir del Poder Judicial? ¿Lo hemos contemplado, con carácter histórico, como corresponsable de la corrupción y el gran déficit de impartición de justicia? ¿O es hasta ahora, bajo la narrativa de la 4T, que nos cuestionamos en conjunto sus acciones y omisiones?

Como sea, siendo que el poder nació para disputarse, tarde o temprano este cambiará de manos: llegará una nueva fuerza política, o alguna ya conocida podrá resurgir y dar alguna sorpresa, o simplemente habrá una disputa por el poder al interior del partido gobernante, entre los diversos grupos que componen su grandísima estructura. Pero el poder se moverá eventualmente.

No así las ideas, no así los principios de la militancia de abajo, de la más humilde, la más justa y comprometida; y tampoco los principios e ideas de quienes, no siendo militantes ni parte de fuerza política, grupo o estructura alguna, caminan su ciudad, su pueblo, valles, ríos, cuencas, arroyos y montañas, preguntándose qué hacer, cómo intervenir, cómo mejorar, cómo cambiar sus diversos entornos y transformar con ello su vida, pero también la de quienes le rodean todos los días, las de sus familias, e incluso las de aquellas personas totalmente desconocidas que, siendo ajenas por completo a la realidad individual del pensante, dan soporte y sentido a su existencia y éste a la de ellxs, unxs a otrxs, sin que ninguno lo sepa o sea muy consciente de ello.

Esta interconexión, muchas veces inconsciente y desapercibida, es la clave para entender y dimensionar los grandes retos que solo la colectividad puede resolver cuando el individuo decide renunciar al deseo del mérito y se desprende de la capa de orgullo que no le permite caminar en otra dirección que no sea la de sus legítimas pero insuficientes y pobres aspiraciones personales.

No puede el ser humano, por más que sus razones sean buenas y su corazón noble, acelerar los procesos de transformación radical que requiere un país como el nuestro, con sus múltiples dolores que lo extralimitan y las profundas heridas abiertas que guarda.

Lo que sí puede, y debe hacer, es dimensionar hacia el futuro el impacto de sus actos en el presente, que no pueden ser otros que no sumen a la construcción, con altura de miras y no como un mero plan sexenal, de una visión de Estado y de Gobierno que concreten, a través de la política pública, los más grandes sueños colectivos.

Y si bien es posible que muchos de estos sueños se materialicen quizá en una, dos, tres, o cinco o más décadas, importará mucho que fueron pensadas, dibujadas y planeadas colectivamente en esta, nuestra actualidad, en el preciso momento histórico donde nos ubicamos. Así habremos sido pensadorxs, soñadorxs, creadores y arquitectxs de un futuro donde la bandera será la justicia social, y en donde el hambre y sus terribles violencias pasarán a ser parte de un pasado del que, un día como hoy, muchos años antes, decidimos desprendernos.

Es cruel construir pensando en quizá no ver el final de la obra. Pero sin duda es muchísimo más triste no comenzar a construir; cruel, triste y egoísta. Por lo tanto, ¿cómo nos imaginamos nuestro entorno, a nuestras familias, a nuestra niñez, a nosotrxs mismxs, en una, dos, tres, cinco décadas, con todos los retos que tenemos y las siempre esperables vicisitudes?

Como es bien sabido, estos problemas colectivos son muchos, y cada día más grandes; se acumulan en masa mientras el sistema económico dominante, el capitalismo de carácter voraz, rige sobre todas las entidades que componen a la mayoría de los Estados-Nación, y limita cualquier eje de actuación en sociedades históricamente pausadas y permisivas como ha sido la nuestra desde el siglo XIX.

Económicamente somos parte de este régimen capitalista. Pero evidentemente México no comparte las mieles del capitalismo que sí derraman al suelo las grandes potencias económicas del mundo. Y no es que lo hayamos hecho antes, para nada.

Ocurre que, como también es bien sabido, derivamos de un régimen político y una clase empresarial parasitaria y entreguista que, lejos de impulsar el desarrollo de la industria mexicana, entregó al por mayor nuestros recursos naturales y con ellos, los económicos, enriqueciendo sus bolsillos, los de los grandes consorcios nacionales y extranjeros, y dejando miseria, pobreza, desempleo, hambre, infraestructura pobre, deficiente o inexistente, además de destrucción, violencia y muerte.

Siendo tan complejos y nefastos los resultados del experimento neoliberal, y teniendo enfrente una oportunidad polìtica cuya pronta repetición no está garantizada, es el momento de dar el paso y hacer una profunda reflexión sobre los tantos y tantos temas en la agenda que urgen ser resueltos, por nuestro bien y el de la colectividad.

¿Cómo luchamos contra el hambre? ¿Cómo impulsamos la industria mexicana? ¿Qué tipo de industria se requiere en México, y en dónde? ¿Y cómo la construimos haciendo un balance medioambiental favorable? ¿Qué hacer para recuperar nuestros cuerpos de agua? ¿Cómo pensar en un nuevo trazo para las grandes metrópolis, que disminuya desigualdades y le de vivienda y servicios dignos a quienes siempre han sido marginados? ¿Cómo imaginamos esas ciudades y esos pueblos del futuro, donde se conjunte el desarrollo tecnológico siempre conservando lo más profundo de nuestra cultura, de nuestro arte, de nuestra historia? ¿Cómo generamos trabajos bien pagados y de carga justa?

¿Qué pensamos al escuchar “Justicia Social” y cuál es el camino para avanzar hacia allá?

Son muchísimas preguntas, siendo tan solo un extracto de las miles y miles de preguntas por resolver, pero lo más importante es que son preguntas muy complejas, que requieren del trabajo y compromiso de todxs para hallar respuestas. Solo el tiempo responderá si fuimos capaces de darles una solución concreta y perdurable.

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