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Andar a orillas de la historia.[1]

Por Yuliana Castillo Guzmán

 

Escogí historia como mi vocación pero siempre quise ser poeta. ¿Por qué, después de años de confrontarme constantemente con mi carrera, el mundo de la historia me era ajeno si la esfera de las palabras me pertenecía? El problema surgió cuando concientice que la historia que estudiaba no me constituía ni a mí ni a nadie de las que ahí estábamos. La historiografía, que habíamos estudiado durante dos años para conocer el acontecer de la historia universal resultaba ser un silencio aplastante que recorría la historia de las mujeres. Pero el silencio no acabo ahí: cuando por fin pude leer a una mujer historiadora contando las memorias de la trascendencia femenina el silencio se convirtió en vacío. A su tiempo, el ejercicio de la subjetividad de la literatura se deslindó de mi propio ejercicio de escribir e investigar en la historia. Me decían, que para escribir sucesos tenía que dejar de utilizar palabras que reflejaran sentires, porque el sentir era un acto subjetivo, no un acto político.

 

El problema de la historia escrita sobre las mujeres, aun y cuando ésta es descrita por mismas historiadoras, es que no redime, se basa principalmente en las ausencias y no en dar sentido y significado a la memoria del sexo femenino. Por ejemplo, la historia de género o de igualdad se ha dedicado a buscar una dialéctica con el hombre en donde la cultura masculina sigue siendo la medida del mundo. Además, su modelo interpretativo imita el esquema tradicional de la historiografía patriarcal: el del vencido y el vencedor. Al final, este tipo de análisis exige algo que en suposición resulta contradictorio: le pide al “vencedor” que se le reconozca en su mundo que tiene como objetivo seguir explotado al “vencido”.

 

El dolor constante descrito en las memorias, la omisión y el silencio aplastante que recorre la escritura de la historia es más una herida que una búsqueda de perdón, no hacia el opresor si no hacia una misma; un perdonar basado en el saber que la ausencia no nos hace miserables sino distintas. No es necesario para ello olvidar el daño pero tampoco sirve de nada repetirlo hasta el cansancio porque en la operación de recordar y olvidar no hay cabida para la creación de un nuevo inicio en la historia centrado primordialmente en las interpretaciones sobre las relaciones entre mujeres sostenidas de sentido y significado. En este proceso de escribir historia además, se pretende hacer de ella algo vivo retomando un valor simbólico y que pueda absolver del silencio y en cambio, nos devuelva la capacidad de escribir con las entrañas, de sentirnos en el pasado.

Maria Falconetti en la película La pasión de Juana de Arco (1928).

La primera vez que vislumbre una historia que redime fue acercándome a la literatura. En el propio desplazo que la historiografía hizo de la literatura se encontraba parte de las grandes memorias de las mujeres. Cristina Rivera Garza historiadora y novelista mexicana, había recreado en sus mundos literarios el contenido vital y la fuerza política de las relaciones entre mujeres. Siendo ella una historiadora sus personajas tenían la condición de vivir fuera de la historia. La radicalidad de las mujeres de haber sido excluidas del acontecer humano. La idea no es nueva: Carla Lonzi, feminista italiana de los años 70’s escribió en Escupamos sobre Hegel como la ausencia de las mujeres en la historia puede ser una ventaja irreparable porque en la misma exclusión se conoce la diferencia de haber nacido mujer y con ello se buscan los causes de la potencialidad de la propia libertad. En Nadie me verá llorar, Matilda la personaja principal es la excluida, vive en un vaivén de lugares, todos distintos: en la playa junto a Veracruz, en la ciudad, en el encierro de un burdel, en un salón teatral, en la fábrica de cigarrillos y las condiciones adversas del desierto, reside en el manicomio y habita en la presencia estática de las fotografías de Jorge Buitrago. Mujer de mil lugares y de ninguno.


Matilda Burgos y Joaquín Buitrago se han perdido todas las grandes ocasiones históricas. Cuando la revolución estalló, ella estaba dentro de un amor hecho de biznagas y aire azul, (…) Para Matilda, en cambio, la revolución se redujo a dos forasteros recopilando datos. Un suicidio. La falta de sonidos. Los dos anduvieron siempre en las orillas de la historia, siempre a punto de resbalar y caer fuera de su embrujo y siempre, sin embargo, dentro. Muy dentro. [2]

Si vemos a la exclusión como algo negativo semejante a la no participación femenina del andar histórico entonces las mujeres siempre perderíamos. Matilda es la excluida, pero aún desde adentro de la opresión conoció la libertad, la relación entre mujeres, conservó su autonomía. Para mí eso basta, es mucho más valioso que diluir mi diferencia en el mundo masculino. El querer ser incluida, conservando las herramientas de nuestro mismo opresor, es la derrota de la grandeza de nuestro ser femenino. Matilda camina a las orillas de la historia no por imposición sino por decisión.

¿Qué herramientas podemos usar para recuperar la memoria de las mujeres? Las cartas que Matilda envía al Ministerio de Salud mientras pasa su estancia en el manicomio se quedan empolvadas dentro de un archivo que nadie conoce. Mi madre guardó todos sus escritos dentro de una caja que al ser descubiertos fueron incinerados. Ese es el archivo de la historia de las mujeres sus escritos y sus creaciones artísticas depositados en todos los formatos: novelas, cuentos, poemas, recetas de cocina, canciones, manuales, pinturas, fotografías, creaciones textiles… Todo ello es la producción femenina de la historia que sólo las Emisarias, como las pintaría Cristina Rivera Garza, tienen la valentía de dar cuenta de ese pasado y no sólo de rescatarlo sino de hacerlo propio, de darle un sentido a la existencia femenina. Recuperemos esa memoria.

[1] Este artículo es  parte de una investigación más amplia sobre los mundos literarios de Cristina Rivera Garza.

[1] Rivera Garza, Cristina. Nadie me verá llorar, México, Tusquets Editores, 1999, p.p 175-176.

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